domingo, 13 de abril de 2014

Galicia y yo

Con la primavera de 2013 llegó la publicación de mi primer trabajo como autora. Autora de verdad, autora que aparece en dialnet (toma!) y que ya está hasta "fichada" en la Biblioteca Nacional (toma, toma, tomaaa!). Mi pequeña primera incursión oficial en el mundo literario-científico forma parte de una publicación colectiva que reúne las ponencias que tuvieron lugar en las II Jornadas de Historia de Daimiel (mi pueblo, en Ciudad Real, en la Mancha) celebradas entre octubre y noviembre de 2012. Mis palabras acompañan las de otros profesionales como historiadores, arqueólogos, historiadores del arte y estudiosos de diferentes ámbitos que definen y componen la identidad daimieleña, muchos de ellos desconocidos hasta ahora y también algún buen amigo, y puede que hasta algún enemigo...
Me siento afortunada y privilegiada. Debería decirlo mucho más. Todo esto hubiera sido impensable sin destacar el apoyo y la amistad de muchas personas, pero especialmente de las que lo sufrieron "en sus carnes", ciertos gallegos y gallegas (algunos de adopción durante un tiempo, como yo), por haber estado ahí ese gran, maravilloso, especial y muy diferente año de mi vida. 


Cartel de la presentación del libro de marzo de 2013


También fueron imprescindibles durante este tiempo la lluvia, la lluvia y también la lluvia, la empanada (de verdad), la Estrella Galicia (también cerveza de verdad), el maloserá, las playas de Riazor, Orzán, Oza..., Sada, la magia de la noche coruñesa de San Juan, a rosa dos ventos, las escapadas a Santiago, Hércules y su torre, la Ciudad Vieja, a Mariña lucense, el Camino de Santiago, el olor a mar, los atardeceres desde casa, despertarme frente al mar... y podría seguir así tres o cuatro días con sus respectivas noches.
Gracias a todos (creo que no me podría cansar de decirlo) por haber aguantado mi monotema de trabajo y estudio: la obra gallega de Miguel Fisac, o simplemente por haber estado ahí en Coruña y en Santiago. Gracias a todos. Gracias. Gracias. Gracias. Ellos ya lo saben, pero un cachito de esto es también suyo.

Y muchos se preguntarán ¿y qué hizo que una manchega terminara en Galicia sin el sencillo fin de ponerse hasta arriba de albariño y mejillones o sin tener una especial devoción hacia ningún santo? 
Pues vivir, carallo, vivir.

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